domingo, 19 de junio de 2016

El tren de la vida ...

I. EL TREN DE LA VIDA
Me subo en el tren, destino incierto.
Se cierran las puertas, conmigo dentro.
Y el tren arranca, despacio, sin prisa.
Me siento y te busco con la mirada,
ahí fuera, a través de la ventana.
Pero no estás. Porque sé dónde te encuentras.
Olvidado en la tumba de un camposanto,
sin poder visitarte ni en Todos los Santos.
Ya he pasado media vida
sin la mitad de mi vida.
Y aunque te quiera de vuelta, no puedo.
Sólo tengo un billete de ida,
en este tren que conduce mi vida.
II. ¿HACIA DÓNDE MIRO?
Miro hacia arriba: el cielo.
Castillos sobre el aire
en mi mente fabrico,
que se desvanecen tan pronto
como el dinero de un rico.
Miro hacia abajo: la tierra.
Anclado a ella estoy,
y otra vez piso la tierra
que una vez productiva,
vuelve a ser yerma.
Miro hacia atrás: el pasado.
Y no deseo moverme del sitio,
deseo volver atrás,
pues hay tantos recuerdos
que se pueden quedar atrás.
Miro hacia adelante: el futuro.
Y no puedo ver nada,
todo es incierto.
Como si una densa niebla
me cubriera entero.
Hacia arriba o hacia abajo,
al futuro o al pasado,
¿hacia dónde voy? ¿Adónde miro?
Una cosa clara me ha quedado:
no puedo quedarme en el sitio.
III. EL ENEMIGO INFERNAL
Intento esconderme de ti,
pues sé que me matas lentamente.
Intento protegerme de ti,
mas nada puedo hacer realmente.
Dicen que a los enemigos
hay que mirarles a los ojos.
"Imposible", murmullo.
"Antes me quedo ciego,
y no pienso pagar tan alto precio".
Ya he dicho más de una vez
que prefiero pasar fríos inviernos
y estar lejos de tu alcance.
Pero, aquí y ahora,
tengo que aguantarte.
Sol abrasador, sol de justicia,
antes del cuarenta de mayo
ya me obligas a quitarme el sayo.
¿Es que ya no respetas
ni el refranero?
IV. LA DAMISELA ATASCADA
¡Cinta de asfalto! ¡Autovía atascada!
A ti me dirijo yo en este lamento.
Ya me conoces de todas las mañanas,
recorriendo metro a metro tu pista asfaltada.
Te necesito, pues no hay otra como tú
que a mi destino te lleve.
Yo te soy fiel, no hay día
en que no te recorra de aquí
a Santa Eugenia.
Sin embargo, necio de mí, no me doy cuenta
de que tú no eres de un solo coche damisela.
A ti no te importa quién te desea,
total, nos tienes a todos en lista de espera.
Por ello, sólo te pido una cosa:
ya nos conoces a todos, siempre somos los mismos.
¿No te puedes ir a buscar a tu príncipe azul
a otra carretera?
Los que tenemos que aguantarte
te lo agradeceríamos de buena manera.
V. LA BÚSQUEDA
Entro por la calle.
Semáforo en verde.
Miro a un lado,
todo ocupado.
Miro al otro,
nada, todo está lleno.
¿Y ahí? Parece haber un hueco.
No, es la boca de un garaje.
¿Y ahí? Tampoco, espacio
reservado a la embajada de otro.
Vados , minusválidos y motos...
¿Y el semáforo? En rojo.
Tiene que haber una plaza...
¿Por dónde voy? ¿Dónde aparco?
No lo sé... ¿Qué hago?
Y mientras tanto, se me acaba el tiempo.
Y yo, sin plaza de aparcamiento.

                                        Olivier R. Przybylski, 1º Bachillerato



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