domingo, 20 de marzo de 2016

No es posible dejar de amar la poesía

... Las sombras, oscuridades por las que pasa todo aquel que escribe, fueron el centro del último día de taller antes de vacaciones.
A veces, se atraviesan valles, se presentan escollos inescrutables y parece extinguirse aquello que era motor de la escritura... Se siente un vacío absoluto de sentimientos, de voz, de palabras ... la belleza se hace ajena, y es como si la vida tratase de demostrar que la escritura no es lo que nos toca. Se siente una caminar sin saber dónde, porque se ha esfumado el impulso que guiaba el paso hacia adelante.. y es difícil ver el mundo sin esa perspectiva lírica, que, conocida, se instala en el ser mismo y es imposible prescindir de ella... sí, es imposible... Gloriosamente imposible, porque el alma del poeta es sustancialmente lírica, necesita como alimento prodigioso desgranarse en algún verso redentor que le devuelva la conciencia de sentirse vivo. La poesía es dama hermosa que enamora sin remedio; es brisa dadora de aliento cuando el calor de la rutina se hace insoportable; es una lente maravillosa que hace ver el mundo con una perspectiva nueva que ayuda a afrontarlo con pasión, y emocionada cordura.
La poesía es así, conocerla es amarla sin medida y sin remedio ... y no se puede dejar de escribir cuando se ha conocido el prodigio de hacerlo, porque no es justo privarse de todo aquello que supone, ni se puede robar al mundo esa belleza futurible. A veces, existe la tentación de dejarlo, porque ahondar en el alma duele ... pero, afortunadamente, siempre hay una mano que impide que nos apartemos de lo que somos; todos la tenemos, aunque no la sintamos visible... todos hemos tenido o tendremos la experiencia de esa sequía, pero pasa, y la poesía nos abraza de nuevo.
Me permito dejar aquí estos versos que son experiencia propia de cuanto queda escrito... sirvan de ánimo para el que ahora no lo encuentra:

Un día quise acallar mi musa;
las manos frías, el corazón hirviendo
de rabia por el destino…
la tomé el rostro
fijando en mis labios
toda mi amargura.
La hice culpable de tanto silencio:
le clavé mis torpezas
sin poder mirar sus ojos,
y dejé que se marchara.
Después, en un caminar
sin rumbo
por esa nada elegida,
por esa plenitud de ausencia,
se me perdió algún verso imprevisto,
despilfarro salomónico,
sentimientos contrahechos
en mil pliegos moribundos…
Ahora llegas de nuevo
implorando un retorno, un perdón insólito,
que debió ser de mi boca…
Vuelves, embriagando mis manos
de un perfume de poema
que nunca dejó de ser mío..
Vuelves, sutil, arrebatadora,
a enamorar el resto de mis días;
a poner en pie mi ingrávida conciencia;
muerte sedienta de pura lírica …
Vuelves, savia redentora
manantial de belleza pura, infinita.
A mi te llegas, y robas mi sangre
y, tempestad en calma,
devanas mi vida
por volver a tejerla, 
para siempre
con la tuya.
                   Rocío Romero

2 comentarios:

  1. Precioso, Rocío. Me encanta el poema y está iniciativa. Te seguiré a partir de ahora!

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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